"pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra." RVR1960.
Momentos antes de la ascensión de Jesús, mientras observaba el plan determinado para
cada uno de sus discípulos los persuadió confirmando la promesa del Padre. Un revestimiento de poder que activaría en ellos un dinamismo sobrenatural para testificar. De esta manera, los motivó a ser testigos por excelencia contando la verdad acerca de Jesucristo. Sin embargo, la promesa del Padre no solamente consistía en el poder para testificar. También, adjudicaba la autoridad de su mensaje y los capacitaba de tal manera que su vida se convertía en la máxima expresión de autenticidad con respecto a su fe. Es importante mencionar que de la palabra griega utilizada para referirse a "testigos" deriva la palabra española "mártir". Entendiendo de esta forma, que un testigo en dicho contexto era "uno que muere por su fe". Los discípulos tendrían la tarea de mostrar la autenticidad de su mensaje a través de su propia vida. Como creyentes y voceros de Dios, es importante que nuestra vida camine en integridad junto con nuestro mensaje. Esto es, vivir una vida donde las palabras y acciones son congruentes entre sí. De igual manera, todo cristiano debe vivir bajo el principio expresado por Pablo en Filipenses 1:21, "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia."
Nuestra pasión y dirección deben estar a la par de esta declaración de fe. Todo lo que hacemos y buscamos ser debe centrarse en agradar y glorificar a Dios. Busquemos en continuidad vivir una vida apasionada por el evangelio de Cristo. Haciendo de nuestra vida un ejemplo de autenticidad en la fe que profesamos.